martes, 25 de noviembre de 2008

El Milagro del Buen Opositor

Ricardín aprobó las oposiciones a notaría sin apenas abrir un libro. De ello dan fe sus progenitores, su padre espiritual y el honorable catedrático que lo examinó: no pegó sello en cinco años. Ricardín era de naturaleza indolente, estrechas espaldas, cadera anchas y mujeriles; el pelo lacio, siempre húmedo; la piel brillante y lechosa y la mirada amarillenta como si tuviera ictericia sin tenerla.
De carácter pusilánime y holgazán, nadie podía intuir que el buen Dios se manifestaría de forma tan palpable y demostrable.
Su padre, harto de que Ricardín dedicara su tiempo a menesteres poco edificantes como pasarse las tardes en el bingo y asistiendo a reuniones políticas en la librería Europa, le amenazó con retirarle la asignación semanal que recibía puntualmente cada viernes aunque tuviera ya 38 años si no aprobaba las oposiciones a Notaría. Ricardín sabía que las amenazas de su padre se cumplían como cuando, cometiendo el pecado de Onán en posesión de unos anuncios de sujetadores, fue sorprendido por su madre y castigado severamente durante todo el verano a pasarlo en los ejercicios espirituales de la congregación en un pueblo de secano abandonado de la mano de Dios y donde sus fantasías sólo se veían amenizadas por las cabras en los pastos chamuscados.

Desesperado acudió a su mentor espiritual sollozando y con la cara llena de mocos. El buen pastor de almas lo encomendó a la Virgen del Remedio de la Cruz de Enmedio y le impuso la penitencia de dos rosarios diarios hasta el día de las temidas oposiciones a Notaría.
Y sí, hijos míos, ocurrió. La benevolencia de nuestro salvador se apiadó del desdichado que en el fondo y por linaje poseía un alma limpia y obró el Milagro del Buen Opositor aprobando y consiguiendo plaza en capital de provincias.

Loado sea el Señor. Hijos míos.